Medellín vibra distinto.

No importa si es de día o de noche — la ciudad tiene un pulso propio que se siente en los callejones, en las ventas de vinilos, en los bares diminutos y en los muros llenos de nombres de bandas que ya nadie borra.
Acá la música no es un producto, es una forma de vida.

La escena underground de Medellín es una mezcla de ruido, arte y resistencia.
Colectivos que arman eventos sin permiso, sellos que prensan discos desde cuartos improvisados, y espacios donde se cruzan punks, ravers, artistas y gente que simplemente necesita un lugar donde existir sin filtros.

No todo pasa en la noche. A veces el movimiento empieza con una charla frente a una tornamesa, un café con fondo de post-punk, o un trueque de casetes viejos.
Es una cultura viva, que se reinventa cada semana, sin buscar atención ni aprobación.

Este capítulo es sobre eso: la Medellín que se construye desde abajo, desde los sonidos, las calles y la gente que no deja que el fuego se apague.

1. PASAJE CERVANTES

Me estaba quedando en un apartamento en La Candelaria.
Tres calles más abajo quedaba el Pasaje Cervantes — una calle escondida detrás de la Universidad de Bellas Artes, donde el ruido, la conversación y la juventud se mezclan sin esfuerzo. De día parece tranquila, pero al caer la tarde todo cambia: se llena de gente, de estilos, de energía.
Ahí se siente esa parte de Medellín que no sale en los folletos.

En una de esas noches terminé en Sputnik Bar, un lugar con luz tenue, buena selección de discos y una atmósfera que se siente familiar si creciste entre vinilos y amplificadores viejos.
Esa noche conocí a Martín, conocido como @helvetestoner
— selector, melómano y una especie de guardián del sonido post-punk. Estaba sonando discos que me golpearon de inmediato; algo entre la oscuridad y la nostalgia. Me identifiqué al instante.
Entre una canción y otra nos pusimos a hablar — sobre música, equipos, la escena, los lugares donde todavía se respira lo auténtico.

A través de Martín conocí a Diana @dianad_ii, también selector y pieza clave para entender el circuito independiente de Medellín. Fue ella quien me pasó los datos que más valieron el viaje: tiendas de discos, bares escondidos, y un festival del que hablaré más adelante.
Su visión de la ciudad me abrió otra capa de la escena — más profunda, más conectada, donde todos se conocen y se apoyan.

El Pasaje Cervantes vibra con moda, juventud y ganas de hablar. Afuera de los bares la gente se queda conversando, compartiendo tragos y playlists, como si el tiempo no importara.
Entre locales, artistas y visitantes, la calle se convierte en un pequeño ecosistema creativo.
Ahí también está Silencio Ruido @silencio_ruido_, otro bar con buena música, cócteles honestos y una curaduría de sonido que te atrapa sin gritar.

Entre el movimiento constante, el olor a cerveza, las luces y las conversaciones cruzadas, entendí que esta parte de Medellín vive bajo su propio ritmo — entre vinilos, amistad y una pasión real por la música.

Para finalizar quiero hacer mención de unos amigos que hice en Medellín que también me dieron algunos datos y compartimos risas y un par de cervezas manga larga o (Pokeronas) como le decían allá. Ellos son Crylin, El enano, El ruso y Edward. Saludos y hasta la próxima.

Christian es otro personaje pintorezco que conocí en el pasaje servantes, el cual nos deleito con su talento para con conctac he historias de sus viajes:

Cristam Performer

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  1. […] a la recomendación de Diana —la misma que conocí en el Pasaje Cervantes— terminé en el Lost & Found VII Aniversario, una feria dedicada al coleccionismo, el […]

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